El borracho Gutiérrez

Clanma

Es febrero de 1975. La famosa y tanguera niebla del Riachuelo nos abraza a los 200 que somos, bah, un poco bastante menos, allá arriba en el techo de la Bombonera, a la intemperie total. Tarde gris, llovizna y un frescor extraño de verano. Siempre que sale Ferro a la cancha es una fiesta, pero esa vez las manos no responden al estímulo del corazón. La llovizna se transforma en lluvia, y el viento nos acurruca a los que estamos. Sí, está claro que ahora, todos juntitos, somos bastantes menos que 200…Pero la camiseta verde enciende la garganta y gritamos como miles. Porque son épocas de ir poquitos de visitantes, y más contra un grande que impone la localía hasta en los «conceptos arbitrales»…

Y en el grupito que estamos, esa tardecita desapasible de la Boca, un tipo de unos 50 años, no mal vestido pero con fuerte evidencia de haber almorzado mucho más vino que sólidos, se bambolea peligrosamente al compás del ritmo de los pocos que estamos alentando. Y digo peligrosamente, porque ya se sabe que la popular visitante de Boca tiene una exageradísima inclinación hacia adelante, que hace sentir una extraña especie de vértigo con solo mirar para abajo. Y es que, para mirar el partido, necesariamente tenemos que mirar para abajo…

En ese escenario, el tipo, este muchacho grande y alegre por vaya a saber qué cosecha, va y viene desafiante como el equilibrista que se divierte con los temores de su platea. La cuestión es que Ferro no hace un mal PT pero cuando termina nos vamos a los pasillos internos a «secarnos» un injusto 1 a 2.

La lluvia arrecia pero tenemos que volver al cemento, porque el destino presagia que hay algo extraordinario que va a pasar. Ferro arranca como una tromba y se pone 3 a 2. Rocchia y Cacho comandan el vuelco, cuando no. El equipo arrasa. Un milagro. La lluvia pasa a ser un recuerdo que olvidamos aunque siga castigando, no podemos creer lo que estamos viviendo. Ni vamos a poder creer lo que viene. En medio de la euforia, el borracho Gutierrez, Osvaldo, un 11 mendocino tosco, grandote pero de esos goleadores de pesca, estampa el 4 a 2 definitivo. Lo que sigue es como una sucesión de fotos dramáticas. En medio de nuestros abrazos a desconocidos y el desahogo interminable de una remontada épica, el borracho (el de la tribuna) aparece tendido en los escalones, boca arriba, sin reaccionar, absolutamente inmóvil, como muerto. Pasamos de un estado a otro, de los gritos desaforados del gol al sollozo que arranca el miedo y al otro grito suplicante, el de «llamen a un médico!!». Alguien atina a moverlo, a tocarlo, pero nada, ni una reacción, ni un movimiento fugaz. Mientras en la cancha los jugadores se supone que están festejando la epopeya, nosotros estamos absortos, paralizados en los escalones, mirándonos sin poder creer el momento. Es 1 minuto interminable, indescriptible, no puede ser cierto nada de lo que pasa. Pero de golpe, se produce el otro «milagro» : el tipo se levanta como de una siesta y pregunta excitado, sin razonar lo que sucede a su alrededor: «quién lo hizo, quién lo hizo???». Y sí, ahí volvemos a festejar, hace falta aclararlo ?.

(*) una historia 100% real

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