Vamos a contar una historia del Huevo. Jugaba la 4ta de Ferro contra Boca en Pontevedra. Aquella categoría de Aquino, Pereyra Díaz, la Tota Carballo y Acuña de carrilero. Uno de los lujos para la vista que nos dábamos la Comisión de Inferiores los sábados. El partido era parejo, se metía con hambre y en un entrevero el Huevo choca con un grandote de Boca. Grito de dolor, preocupación general y a cargarlo en mi auto con Gerardo Pardo rumbo a la salita de primeros auxilios del pueblo. En el camino de tierra el Huevo se quejaba y para tranquilizarlo (?) le vaticinamos que con una inyección se iba a solucionar todo… Santo remedio. Desde ese mismo momento se acabaron los lamentos y sólo preguntaba por las “características” de esa aplicación milagrosa. Cuando llegamos lo sentaron en una silla de ruedas, lo cual hizo todo más dantesco, y le hicieron placas que, por suerte, demostraron que era solamente un golpe. Contrariamente a lo que pasaba cada vez que íbamos a la salita, fue todo muy rápido. Pero el Huevo no dejaba de mirarnos con cara de sufrimiento, supongo que esperando el fatídico momento de la inyección anunciada. Más tranquilos, con el diagnóstico, esperamos que recetaran el desinflamatorio de costumbre y lo cargamos en el auto para volver al predio. Calculo que en el camino nos habrá querido putear de lo lindo. No dijo nada. Es que el Huevo, además de crack, siempre fue muy respetuoso…

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