El pasado es selectivo. Filtra la pulpa de los disgustos y libera el jugo de la gloria. Es el foco subjetivo que encuadra las hazañas y deja fuera de campo las derrotas. El pasado es la bandera que reivindica el presente y proyecta nuestro futuro.
Sacar los tablones no es modernizarse, es extirpar. Nos están quitando una parte de nuestra identidad. Es mala praxis. Vanguardismo es conservar los valores del ayer.
El cemento es frío, como el capitalismo. El tablón tiene olor a Marx. Recuerdo aquellos días de comunismo en la Peti Dalessandro: en ese régimen de primera, Zurdo López era nuestro revolucionario. Hace unos años la vida era un poco más justa.
El tablón tiene olor a Marx. Recuerdo aquellos días de comunismo en la Peti Dalessandro: en ese régimen de primera, Zurdo López era nuestro revolucionario. Hace unos años la vida era un poco más justa.
No tenemos sucursales como esos clubes fast food. Ferro es anti globalización: no somos negocio, nuestro consumo no es voraz y representamos uno de los últimos vestigios de club-artesano en épocas de durabilidad programada. Eso sí, sufrimos como los marginados de un sistema desigual.
Descansamos en el romanticismo de antaño. Acá no se juega al Candy Crush o esas pelotudeces. Se come un asado en el quincho y de sobremesa sale un pica pica. En esta casa no hay delivery; se viene a pata y abonamos en efectivo. Funcionamos con la lógica de una berenjena en escabeche estacionada: producto del menjunje de aceite, absorbimos una sabiduría exquisita.
Levantaron una masa de cemento que tapó el sol y derrumbó un cacho de nuestra historia. Los pibes no se van a hacer más frutillas jugando en el playón. Con mi hermano vamos a tener que fijar un nuevo lugar de encuentro. Aunque nos coarten la posibilidad de alentarte desde el tablón, lo demás no creo que cambie mucho. Pero siempre es mejor llorar la historia. Porque el reflejo del espejo retrovisor está lleno de polvo… Y de gloria.